Múltiples artículos e investigaciones resaltan el impacto psicológico que ha generado el Covid-19 en las personas, esto involucra las familias, quienes han tenido que vivir grandes situaciones de estrés que no solo son un reto, sino decisiones de vida.
El año 2020 pasará a la historia por ser un período que prácticamente enclaustró al mundo y todas las actividades de tipo económicas, sociales, salud, así como las relacionadas con el sector educación, debido a las limitantes interpuestas por la pandemia del Covid-19.
De todos los sectores indicados, la situación no ha sido igual para todos, ya que unos más que otros han sentido de lleno las consecuencias del virus, viéndose obligados a reestructurar sus planificaciones, debido a las implicaciones que convierten en complejo el diseño y aplicación de políticas que garantice un abordaje integral y oportuno del problema.
Dentro de este contexto, donde los principales organismos internacionales que se dedican a la investigación para el desarrollo, como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su documento “#COVID19/ Serie de Documentos sobre Políticas Públicas”, prevén situaciones económicas difíciles a nivel mundial, por lo que diseñar una política sistémica, y a la vez inclusiva y consensuada, se convierte en un verdadero reto, en este caso, para los sistemas educativos.
En un informe, publicado por la UNESCO mediante su biblioteca digital en el pasado mes de agosto de 2020, en promedio, ciento noventa (190) países han tenido que modificar sus modalidades de educación presencial, incorporando la modalidad a distancia en un 100 %.
De estos 190 países, 33 corresponden América Latina y el Caribe, que hasta el 07 de julio de 2020, se habían visto en la obligación de invertir sus modalidades de educación presencial a educación a distancia (síncrona y asíncrona), a los fines de garantizar la continuidad del proceso e inicios del nuevo período lectivo.
El hecho de que las estrategias y planes educativos tuvieron que ser reformados en su totalidad, representó un costo económico y social para el que no todos los países de la región estaban preparados en asumir, ya que de los 33, en su mayoría, son estados de ingresos medios, que aún experimentan tazas considerables en sus niveles de pobreza, desigualdad y debilidades de acceso a servicios básicos, tomando en cuenta que esa reestructuración dependía en su mayoría de disponer de infraestructuras y recursos tecnológicos, recurso humano capacitado para el uso y manejo de las TIC, recursos pedagógicos, consenso de la sociedad y, por supuesto, lo más importante: el apoyo y compromiso de las familias.
De este último, (las familias), núcleo que quizás estadísticamente no es medible ni cuantificable, pero sin embargo es el verdadero costo social, es la médula ósea de la colectividad que durante la pandemia ha tenido que vivir situaciones que se agravan por sus condiciones de vida previas, que les afectan directamente y que cuyas experiencias impactarán directamente la calidad de los resultados de la presente generación.
Es justamente hacia este sector social que deben estar enfocadas todas las políticas públicas y de estado que se promuevan, para de una manera un otra, tratar las deficiencias presentadas.
Múltiples artículos e investigaciones resaltan el impacto psicológico que ha generado el Covid-19 en las personas, esto involucra las familias, quienes han tenido que vivir grandes situaciones de estrés que no solo son un reto, sino decisiones de vida, desde asumir “quedarse en casa” por el bienestar de su familia, o garantizar la sostenibilidad de sus miembros, exponiéndose al mismo.
Sin importar la clase social, el Covid-19 nos tocó a todos y todas, esperando que podamos sacar partido y enseñanzas de todo ello.
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