El estratega debe ser como Dios: invisible

Dios lo oye todo. Dios lo mira todo. Dios lo sabe todo.

Recuerdo perfectamente la angustia que me generaba una imagen colgada en casa de mi abuela materna, con un ojo al centro, que miraba cada paso que daba cuando era niña y que contenía las tres líneas anteriores.

No importa el lugar de la sala que ocupase, el ojo siempre me miraba y se las arreglaba para cumplir lo que decía: oír, mirar, saberlo todo. De niña, me preguntaba cómo lo hacía sin que nadie se diera cuenta. Mi familia, como casi todas las familias clase media baja del país, creía fervientemente en la religión católica y colgaba en los espacios comunes imágenes y figuras que a mí me parecían de terror, pero según ellos, “nos protegían”.

Recientemente, conversaba con mi amigo y colega, Melvin Peña, sobre el rol del Consultor y, en especial, el Consultor que delimita las estrategias de comunicaciones y manejo de crisis. Melvin hizo el comentario de que: “El consultor estratégico debe ser invisible como Dios”. La imagen de la sala en casa de mi abuela me llega a la cabeza de inmediato y yo, introvertida, que ha tenido que lidiar toda su vida profesional en el mundo de la comunicación con el “tú deberías promocionarte más”, lo entendí al instante.

Esas figuras que políticos, empresarios y empresas incorporan en sus equipos de trabajo para elevar la mentalidad y la mirada estratégica y, sobre todo, para evaluar los riesgos que les rodean y ayudarles a salir airosos de los retos que enfrentan, deberían ser invisibles. Oírlo todo, mirarlo todo, saberlo todo y dejar el protagonismo al proyecto; el manejo adecuado de la crisis, el trabajo realizado, el cual una vez concluido, pudiese convertirse en materia de estudio, caso de buena práctica o de aprendizaje colectivo.

Una de las características que más valoran los clientes, y las empresas, es la discreción. No en vano se establecen cláusulas y políticas de confidencialidad que buscan proteger la información y prevenir cualquier conflicto de interés.

Para un estratega, el éxito de su cliente debe ir primero, pero veo cada vez con mayor preocupación como se antepone el éxito personal, en especial, en esta era de las redes sociales donde se da una creciente necesidad de que las personas se reafirmen como ganadores, exitosos y únicos frente a los demás.

Ryan Holiday, en su libro “El Ego es el Enemigo”, nos habla sobre los peligros del egocentrismo y plantea varios puntos cruciales que todo consultor (y todo profesional) debe atender y entender:

“La búsqueda desenfrenada del reconocimiento solo conduce a malas decisiones. Cuando anteponemos el “yo” por el objeto en común, perdemos de vista el objetivo final y aumentamos el riesgo de caer en errores como la indiscreción. Hay que pensar en el proyecto, no en uno mismo, siendo esta la mejor manera de tomar buenas decisiones. Depender constantemente de validaciones externas nos hace caer en el peligro de preocuparnos en actuar por los demás y olvidar el foco de los planes, lo cual hace que pongamos en riesgo la estrategia”.

El reto es hacernos conscientes de la importancia de aprender a ser como Dios, y aun cuando lo oímos todo, lo sabemos todo y lo vemos todo, logremos apagar el ego, y en medio de las crisis y de aquellos momentos donde estamos más expuestos, aprendamos a sortear los retos y alcanzar los objetivos de forma exitosa, haciéndonos invisibles.