En las últimas dos décadas, el mundo digital se ha convertido en una gran realidad en los diferentes ámbitos de la vida, al punto de que, aquel que no se monte en esta corriente, corre el riesgo de quedar fuera del mercado.
Nuevas generaciones y formas de consumo; la inmediatez, lo instantáneo, la sencillez, la rapidez de la comunicación; la publicación inmediata de los hechos y, consecuentemente, hasta una saturación de la información. Nuevas formas de relacionarse y de comunicarse, incluyendo conversaciones abiertas en espacios diferentes y en un lenguaje virtual.
El poder estar interconectados todo el tiempo, a cualquier hora y en cualquier localización geográfica, se ha convertido en un fenómeno comunicacional que sigue impactando al ser humano de fondo y forma, positiva y negativamente. En múltiples casos, esta apertura, saturación e incluso descontrol, se ha asociado con trastornos en la salud mental, problemas sociales, dependencias, inseguridades, incapacidad para las relaciones interpersonales, entre muchos factores.
La gran pregunta es: ¿hasta qué punto la comunicación digital reemplazará en su totalidad la comunicación análoga?
Decía el filósofo Aristóteles que: “El hombre es un ser social por naturaleza”, que nacemos con esa característica social y la vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida, ya que necesitamos de los otros para sobrevivir.
Cierto es que hoy en día debemos coexistir en un mundo híbrido, donde la comunicación digital y la análoga forman parte de la comunicación humana. Sin embargo, el ser humano es un ser relacional, que siente y padece, que no puede desarrollarse como persona viviendo aislado, incluso, detrás de una pantalla, de un email o de un mensaje visto, automatizando sus sentimientos o perdiendo la sensibilidad ante las personas y su entorno.
Nada volverá a ser igual que antes, pero el elemento humano, la interacción presencial y real entre las personas; esa cercanía y empatía frente a frente, mirándose a los ojos, tocándose; sentir la respiración del otro, un beso, un abrazo, transmiten y cumplen un rol vital en nuestras vidas. El contacto personal, la expresión de la palabra hablada viéndose a la cara, los matices de la voz, el valor del silencio manifestado a través del lenguaje corporal, jamás podrán ser sustituidos por la tecnología y la inteligencia artificial.
Mantengamos y defendamos la autenticidad y esencia de la comunicación presencial. ¡Que no se convierta en lo viejo o anticuado!
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