Desde que la pandemia tuvo sus efectos en la escasez de microchips, debido al enfoque de fabricar computadores y elementos del hogar versus vehículos, esto trajo consigo una enorme limitación en producción de unidades de todos los fabricantes de vehículos del mundo, y es que, como es bien sabido, los vehículos modernos utilizan microchips prácticamente en cada componente.
Hoy, vemos una tarjeta electrónica hasta en los sensores de presión de aire de los neumáticos (para tener una idea) y, prácticamente, cada componente del automóvil considera elementos electrónicos para su funcionamiento, lo cual tiende a incrementar con el paso del tiempo, volviéndose máquinas más complejas electrónicamente.
Esta particularidad ha causado que muchos fabricantes de vehículos tengan enormes listas de espera, las cuales se extienden en ocasiones hasta un año, dependiendo de la región en donde se destinen los mismos. Dada esta particularidad, muchos de estos fabricantes han ido sacando de sus líneas de producción los modelos más básicos en equipamiento para dar cabida a los más completos. Esto así, debido a que los márgenes de utilidad en los modelos más completos, resultan ser más jugosos que en los modelos más básicos y de producción masiva, compensando en cierta medida por esta vía. En esencia, estos apuestan en este momento a sostener sus ingresos con las limitadas unidades “Luxury” producidas.
Pero, ¿resulta lo anterior ser sostenible en el tiempo?… Pese a que en los inicios de la industria automotriz hubo muchos fabricantes solo dedicados a fabricar modelos de lujo y exclusivos, lo cierto es que para poder crecer y tener mayor penetración de mercado, muchos tuvieron que segregar sus marcas y crear líneas de producción de vehículos de ventas masivas, los cuales permitían la movilidad para las masas versus las limitadas unidades vendidas a aquellos con mayor caudal económico.
No podemos perder de vista que lo que catalizó la industria automotriz, y creó las bases para los grandes capitales que se derivaron de esta, fue la producción en masa de vehículos que el ciudadano promedio pudiese pagar, iniciando todo esto con las ideas de cadena de producción de Henry Ford, y copiada por el resto de los fabricantes a nivel mundial.
No obstante lo anteriormente indicado, también estamos viendo hoy día que las marcas, que tradicionalmente se caracterizaban por ofrecer unidades a precios razonables para las masas, lentamente se han ido volviendo más exclusivas con precios exorbitantes para modelos conocidos históricamente como básicos y de clase media.
Un ejemplo de esto, es que hoy día estamos viendo modelos de Honda Civic, como el caso de la Type R, que compite en precios de europeos de alta gama de la misma categoría y tamaño. Lo mismo para aquellos modelos similares de Toyota, como el Corolla GR, y ni hablemos de los vehículos de “trabajo”, como el Toyota Hilux, que se ha convertido en algo fuera del alcance del que hace unos años simplemente quería una camioneta para trabajar.
Todo lo anterior ha traído un impacto nunca antes visto en los vehículos usados de marcas tradicionales, y es que, dada la escasez que todavía en cierta medida persiste de vehículos nuevos, así como sus elevados precios, estas unidades de cierto uso permiten la combinación perfecta entre precio razonable y disponibilidad inmediata, catalizando la venta de los mismos.
Esta misma situación también ha permitido el desarrollo en ventas de las unidades chinas disponibles en nuestro mercado, ya que, pese a no tener todavía la trayectoria histórica que permitan certificar su calidad en el tiempo, resultan ser una opción viable económicamente, abundante en disponibilidad (dada la facilidad del mercado chino en obtener microchips), completa, y con el respaldo y garantía de concesionarios de tradición en nuestro país.
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