Aunque la hipérbole no es el medio o recurso más adecuado para hacer un relato o noticia, por su consustancial esencia tendente a exagerar una circunstancia determinada, en ocasiones, las cosas son de tal naturaleza, que ni siquiera una desorbitada exageración puede llegar a describir con exactitud la magnitud y característica de un hecho o situación.
Por esa razón, probablemente, las expresiones con las cuales transeúntes y conductores tienden a calificar el caos que se observa a diario en el tránsito el Gran Santo Domingo, no logran aproximarse en su justa medida a lo que la gente observa, sufre y se expone en las calles de la ciudad.
En realidad, es un torbellino de descomunal desorden, peligro, inseguridad e irrespeto, no solo a la ley de tránsito, sino a las elementales normas de convivencia civilizada, y el irrespeto abarca a peatones, conductores, choferes y motociclistas, aunque cada uno con responsabilidades cuantitativamente diferenciadas.
En esa jungla que se ha tornado el tránsito citadino, los motociclistas constituyen la mayor fuente de trastorno, y una permanente amenaza para sí mismo y para los demás, al punto que representan el 68 % de los accidentes de tránsito.
La mayoría no respeta las señales de tránsito, como si gozaran de licencia para violarlas o ignorarlas, con el consecuente riesgo para ellos y los demás conductores, ya que pasan los semáforos en luz roja ante los ojos indiferentes de los agentes. Debido a esto, el conductor que avanza de inmediato, cuando el semáforo le da luz verde, se expone a un choque casi seguro si no está pendiente a los motoristas que deciden en trulla cruzar en luz roja.
Además, para ellos no existen calles de una vía; se mueven en contravía sin inmutarse, y utilizan las aceras para desplazarse, exponiendo a lesiones y muertes a transeúntes y todo esto a alta velocidad, como si el lema fuera “sálvese quien pueda”.
El irrespeto ha llegado a tal grado, en que violaciones penalizadas en la ley, como el abordaje de más de 2 personas en una motocicleta, se ha convertido en una práctica habitual por parte de los motoconchistas, y los agentes de la Digesett los observan como si se tratara de un sistema permitido y no de una expresa prohibición.
Pero como no es justo solo cargarles el dado a los motociclistas, como se dice popularmente, también hay que señalar la forma en que habitualmente automovilistas conducen a altas velocidad en calles de la ciudad, como si se tratara de autopistas, y el frecuente doble parqueo en vías con regulaciones debidamente señalizadas.
De su lado, peatones son a la vez potenciales víctimas de semejante desorden, y en no pocas ocasiones, también contribuyen al caos, porque en áreas y tramos con aceras, prefieren caminar en plena vía y para acortar distancia, cruzarlas sin miramiento por no desplazarse hasta puentes peatonales seguros.
La enumeración de faltas y violaciones en este infierno del tránsito urbano, no es limitativa, y lo peor del caso, es que apunta hacia un agravamiento cada vez mayor, sin que esté a la vista soluciones o mejorías deseadas y apreciables.
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