Cerrar un ciclo es dejar ir, soltar, concluir, terminar; es aceptar el pasado. Es finalizar algo. ¿Cuántos ciclos no hemos tenido que cerrar desde que éramos niños? En mi caso, me he pasado toda una vida cerrando ciclos. Muchos fueron dolorosos, pero estoy segura que necesarios para mi crecimiento, mi evolución y mi desarrollo.
Han sido, precisamente, esas experiencias, esos cambios alegres, tristes, dolorosos, emocionantes, desgarradores, llenos de miedo e incertidumbre los que me han hecho el ser humano que soy hoy en día. La mujer de carácter fuerte y firme; la que no desmaya, la que sigue adelante a pesar de todos los obstáculos que se puedan presentar en el camino y, sobre todo, la que confía en ella misma porque he aprendido que tengo la capacidad de adaptarme rápido y no quedarme estancada en el pasado.
Contando yo con apenas 10 años, mi familia se mudó de mi pueblo natal San José de Ocoa a Santo Domingo, la ciudad capital. El cambio fue grande. En Ocoa tenia a mis amigos, prácticamente a toda mi familia, mi colegio; jugaba con mis amigos descalza por las calles sin asfalto, a cualquier hora y acompañada de las vacas, los chivos y los animales silvestres que eran nuestros cómplices. Llegar a la capital, a una urbanización que la estrenamos nosotros (era puro monte y culebra) y a un colegio donde no conocía a nadie, fue difícil. Yo, acostumbrada a vivir monteando y al aire libre, ya no era lo mismo. Pero me adapté. Y no me pasó nada. Al poco tiempo, ya tenía buenísimos amigos y estaba de nuevo feliz en mi nuevo ambiente. Cerré ese ciclo.
A mis 17 años, terminando el bachillerato, salgo de la ciudad de Santo Domingo y emigro a los Estados Unidos en busca de una mejor vida futura. Venía de una familia humilde y no teníamos con qué pagar la universidad. Me fui en busca del famoso sueño americano, aunque en aquel entonces, no sabía exactamente lo que eso significaba. De Santo Domingo a la “gran manzana” el cambio fue más drástico aún. No saber el idioma, vivir de arrimada durmiendo en el sofá de una sala, dejando a mi familia atrás en SD; trabajar en fábricas y cuidando niños para poder cubrir algunas de mis necesidades, fueron algunas de esas experiencias que muchas veces me hicieron derramar lágrimas. Más de una vez llegué a pensar que no iba a poder. Pero, ¿adivinen qué? Sí pude, y si me adapté. Y no solo sobreviví: ¡me destaqué!… Estudié inglés día y noche y me gané una beca para hacer mi licenciatura en una de las mejores universidades en EE. UU. Cerré ese ciclo.
A mis 23 años, recién graduada de la universidad con una licenciatura en artes liberales, entro al famoso mundo de Wall Street. Yo no tenía idea de lo que era aquello. Ellos me encontraron a mí. De repente, me encuentro en un mundo totalmente nuevo para mí, teniendo que lidiar con miles de millones de dólares (yo rara vez había visto un billete de 100 dólares), con personas cuyo mundo era totalmente diferente al mío, con la adrenalina que allí se vive, la velocidad con la que se toman las decisiones, ser mujer, latina y muy joven, en un mundo totalmente dominado por hombres anglosajones, y un ambiente totalmente hostil, sobre todo para las mujeres. Esos años fueron de mucho sacrificio, días laborales interminables, un estrés intenso, lágrimas, vivir más en el aire que en la tierra de tantos viajes que tenía que hacer. Sin embargo, no cambiaría esos años por nada del mundo. Me enseñaron realmente de lo que yo estaba hecha: fuerte como el roble, pero flexible como el bambú. Ahí me gané el apodo de “la Dama de hierro”. En Wall Street estuve 15 años, hasta que decidí nuevamente regresar a mi país a manejar la Bolsa de Valores de República Dominicana. Dejar aquel mundo de lujos, un país que me había abierto las puertas y me había brindado innumerables oportunidades, y luego mover a mi familia, fue muy difícil. Pero al igual que antes, cerré ese ciclo.
A mis 37 años, después de haber pasado 20 años (18 años en Estados Unidos y 2 en España), regreso ya casada, y con tres hijos, a mi país. El cambio para mí fue duro, más difícil que cuando me fui de RD a EE. UU. El ambiente laboral totalmente diferente, la velocidad con la que se movían las cosas me parecían a paso de tortuga; la impuntualidad de la gente, la locura del tráfico, el como la gente te decía que sí, pero era en realidad un no; la forma de escribir un email, en fin… Sí apreciaba la calidez humana de la gente, el poder compartir más con la familia, el clima, y muchas otras cosas. El cambio fue difícil y emocionante a la vez. Aprendí mucho. Después de cinco años en la Bolsa, pasé a trabajar para INICIA, donde estuve casi 6 años. Entonces, dejé el mundo corporativo y me lancé sola. También en esta época tuve que enfrentar un divorcio, después de 23 años de casada, una de las experiencias más dolorosas que he vivido… Nuevamente, cerré ese ciclo.
A mis 47 años me independicé. Comenzar de cero es de valientes. Decidí hacer lo que siempre me había apasionado: impactar de alguna manera positiva a los demás. Escribí mi libro “El Hierro que Forjó a la Dama”, y comencé a dar conferencias, a hacer consultorías y a dar asesorías. Llevo ya casi cinco años haciendo esto. Y también soy miembro de algunas juntas directivas. Este cambio fue difícil, muy difícil, pero sí posible. Y aquí sigo de pie, cada día haciendo lo que amo.
Cerrar ciclos es importante para que no vivas estancada en el pasado, preguntándote el por qué, que muchas veces no hay respuesta: “¿Por qué me engañó si yo lo amaba?, ¿Por qué me despidieron si le dedique la vida a esa empresa? ¿Por qué a mí?… Te puedes pasar la vida entera siendo la víctima o puedes decidir seguir adelante quedándote con lo mejor de cada experiencia y re-inventándote cuantas veces sea necesario.
Con esto, les cuento que ya es hora de cerrar este ciclo en mi vida y seguir adelante con nuevos proyectos. Esto se lo contaré en la edición de julio de revista CONTACTO. Por ahora, solo les puedo decir que estoy sumamente emocionada y feliz, tanto en lo profesional como en lo personal, y como dice mi queridísima amiga y hermana Tania Báez: “lo mejor está por venir”. No se pierdan el próximo artículo.
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