Una secuencia cada vez más marcada de crímenes horrendos, cometidos en algunos casos por allegados a las víctimas, es motivo de creciente preocupación en el país. Sin ser necesariamente entendida en cuestiones sociológicas o en investigaciones criminales, la gente común formula sus propias hipótesis e interpretaciones en base a las características y datos conocidos de estos hechos.
Lo cierto es que están ocurriendo sucesos verdaderamente espeluznantes, por la forma en que se cometen, y la manifiesta saña o morbosidad con que actúan los agresores.
Dos casos que no son únicos, y que no deben ser vistos como aislados, aunque no guarden conexión entre sí, son muestras sobrecogedoras de esta modalidad criminal que ha venido a sumarse a los feminicidios, los asaltos a mano armada con consecuencias mortales, los sangrientos ajustes de cuentas, y las violentas rencillas barriales en que los participantes ignoran cualquier medio de solución de conflictos por vía civilizada.
Como muestra de este preocupante drama social, basta citar el asesinato a palos de un hacendado y su esposa en Rancho Arriba, en Puerto Plata, cuyos cuerpos fueron quemados y enterrados en una finca; además de lo ocurrido en La Vega, donde un empresario fue ejecutado y su cadáver colocado en una maleta y sepultado en una excavación, que fue luego cubierta por una pequeña piscina.
Todos estos macabros episodios parecen extraídos de una película de horror, porque la gente equilibrada en el manejo de sus instintos y emociones, se resiste a pensar que haya personas capaces de actuar con tal grado de salvajismo y crueldad.
¿Qué está pasando entonces en ciertos estratos de la población para que hechos de tan abominable naturaleza estén ocurriendo? Además de las autoridades que deben investigar y detener a los criminales, ¿qué debemos hacer como sociedad, qué males e inconductas tenemos que prevenir y combatir?
Es cierto que se trata de un problema social muy complejo, y que su erradicación no puede limitarse a acciones meramente coyunturales, que debe comenzar con un amplio programa de educación ciudadana y una vuelta a los valores que caracterizaban a la familia dominicana de otras épocas.
También, se ha insistido mucho que, por ser una problemática de múltiples aristas requiere, entre otros muchos puntos, prestar mayor atención a las situaciones de falta de apoyo y desorientación que llevan a delinquir a los jóvenes.
Aunque las acciones reactivas no producen resultados apreciables, debido a que dada su naturaleza no atacan el mal en sus raíces, es obvio también que concomitantemente con las acciones a mediano y largo plazo, los ciudadanos más agobiados y expuestos al peligro del crimen necesitan auxilio y protección efectiva y no solo declaraciones de intención.
La convivencia armónica, indispensable para que un país avance y progrese en libertad y democracia, tiene que ser fortalecida desde la familia, la educación y todos los sectores sociales y, además, se impone aunar esfuerzos para resistirnos a aceptar la criminalidad como algo consustancial e inevitable en la vida cotidiana.
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