Durante mucho tiempo, los profesionales de ciberseguridad han sido vistos como los vigilantes en las trincheras del centro de datos, firewalls y alertas de colores. Técnicos brillantes, expertos en detectar y neutralizar amenazas cibernéticas, pero ajenos a los espacios donde se toman las decisiones estratégicas que moldean el rumbo de una organización. Sin embargo, el mundo ha cambiado. Hoy, la ciberseguridad ha dejado de ser un tema meramente operativo para convertirse en una cuestión de gobernanza, reputación, crecimiento y sostenibilidad del negocio. En este nuevo escenario, surge una pregunta inevitable: ¿puede un profesional técnico en ciberseguridad formar parte de la mesa de directores ejecutivos? No solo puede, cada vez más, debe hacerlo.
La transformación digital, el auge de las amenazas avanzadas, la estricta regulación en todos los sabores, y el constante escrutinio de inversores y clientes ante las brechas de seguridad, han empujado a las juntas directivas a incluir perfiles capaces de anticipar, comprender y guiar a la organización frente a estos riesgos, no emergentes, sino actuales.
Pero, para que un profesional de ciberseguridad llegue allí, debe recorrer un camino que va mucho más allá del dominio técnico. Se trata de evolucionar de operador a estratega; de ser el “experto en TI”, a convertirse en consejero de confianza que entiende el lenguaje del negocio, el “wingman” de la organización en la gestión de riesgos cibernéticos.
Trascender lo técnico para hablar en términos de valor
El primer paso para aspirar a un asiento en la junta directiva, es evitar hablar exclusivamente en términos técnicos. La alta dirección no quiere saber si se parchó el servidor o cuántos eventos maliciosos detectó el “SIEM”.
Quiere saber cómo un incidente podría afectar la continuidad del negocio, cómo se protege la propiedad intelectual, o si las inversiones en seguridad están alineadas con los objetivos estratégicos y su retorno. Es decir, quiere respuestas en propuestas de valor.
Esto exige, al profesional técnico actual, adquirir competencias en análisis financiero, gestión de riesgo organizacional, gobierno corporativo, regulación sectorial y estrategia empresarial. No se trata de volverse financiero o abogado, sino de poder conversar con ellos en igualdad de condiciones. Se trata de traducir los riesgos técnicos en impactos económicos, legales y reputacionales, que los tomadores de decisiones comprendan y valoren.
Formación ejecutiva y experiencia transversal
Muchos profesionales técnicos subestiman el poder transformador de la formación continua. Se resisten a formarse más allá de las certificaciones e insignias por “hackear” máquinas virtuales en laboratorios.
Programas ejecutivos, como el “CISO Executive Program”, de Duke University; diplomados en gobierno corporativo; certificaciones en gestión de riesgos (como CRISC), o incluso un MBA, pueden marcar la diferencia. No solo por el conocimiento que aportan, sino porque permiten al profesional incorporarse a espacios donde se forja el pensamiento estratégico, se desarrolla una visión de conjunto, y se construyen redes con líderes de otras disciplinas.
Creación de una marca personal: confianza, reputación y visión
Más allá de los conocimientos, llegar a una junta requiere credibilidad. Las juntas buscan perfiles confiables, discretos, éticos, que no representen conflictos de interés, y que entiendan el carácter fiduciario de su rol. Un profesional que haya gestionado crisis con transparencia, que tenga una trayectoria sólida, y que proyecte madurez institucional, tiene una ventaja clara.
Y aquí entra otro aspecto clave: la capacidad de influir. No basta con saber, hay que saber comunicar. Explicar riesgos complejos con claridad, defender propuestas con argumentos estratégicos, de referencias claras y comprobables; y construir consensos en espacios donde conviven visiones diversas, es una habilidad indispensable. La visión técnica debe venir acompañada de inteligencia emocional, pensamiento crítico y sentido político.
Un nuevo perfil para un nuevo entorno
Los consejos de administración más visionarios ya están integrando perfiles estratégicos. Algunos, incluso, han creado el rol de cybersecurity board advisor, una figura que no solo vela por los controles técnicos, sino que orienta sobre tendencias, regula el apetito de riesgo digital, y articula la conversación entre ciberseguridad, negocio y gobernanza.
Llegar al board no es una cuestión de suerte ni de lobby. Es el resultado de una evolución profesional, de una visión amplia, y de la capacidad de integrar el conocimiento técnico con el entendimiento profundo del negocio.
Forma de pago: transferencia o depósito en el banco BHD León a la cuenta 27190380011