El periodismo de investigación, ejercido con determinación y coraje y que no declina, aun a sabiendas de que se expone a potenciales riesgos, ha hecho importantes contribuciones en la lucha contra la corrupción en todas sus modalidades, y es un fuerte aliado en los esfuerzos que se realizan a nivel continental para fortalecer las instituciones y lograr el adecentamiento de la vida pública.
Muchos escándalos sobre prevaricación y manejo ilícito de los recursos públicos del Estado, vale decir los que aportan los ciudadanos con sus impuestos, han podido ser descubiertos y sus autores encausados, aunque no siempre condenados, gracias a la labor de profesionales comprometidos con el periodismo de investigación serio y responsable.
Sin embargo, hay que saber diferenciar el verdadero periodismo de investigación de aquel que se limita a recopilar denuncias, no siempre comprobables y veraces; a veces también selectivas o sesgadas y que, carentes de la necesaria contraparte, pueden prestarse, de forma inconsciente o deliberada, a impulsar y encubrir un objetivo perverso, ajeno por completo al interés general.
Para evitar la posibilidad de dejarse utilizar o ser correa de transmisión de intereses contrarios a los principios que deben guiar el buen ejercicio periodístico, la investigación de cada caso debe pasar por un exhaustivo proceso de indagación y las denuncias que se reciben tienen que ser comprobadas y sustentadas abarcando el mayor número posible de ángulos y datos.
Sin que esto implique bajar la guardia o mostrar debilidad, los trabajos de investigación adquieren mayor amplitud, carácter y credibilidad si se busca la posición de las personas o entidades que aparecen envueltas o vinculadas a actos de corrupción.
En este proceso, se pone a prueba la ética y respetabilidad y también el coraje del medio y de los periodistas, pues a veces se producen amenazas de muerte que pueden llegar a concretarse, como ha ocurrido en una infinidad de casos en distintos países y también surgen ofertas tentadoras para tratar de que el dolo no salga a la luz pública.
Es importante, además, distinguir entre el auténtico periodismo de investigación al realizado por pretendidos comunicadores y pseudo-periodistas que se dedican pura y simplemente a difamar y fusilar honras y reputaciones, en ocasiones como un método de extorsión o chantaje, y a veces logran su vergonzoso objetivo cuando la persona señalada inicialmente en alguna acción de corrupción decide pagar para obtener silencio, porque tiene hechos punibles en su contra que, ventilados en la justicia, podrían conllevar condenas de prisión.
Afortunadamente, en general, los ciudadanos cuentan ya con medios y parámetros para diferenciar cuándo se está en realidad en presencia de un periodismo de investigación que tiene como objetivo la búsqueda de verdad —comprometido con la búsqueda de una sociedad donde prime la decencia y el cumplimiento de la ley—, muy distinto a aquel que pretende actuar como si fuera un tribunal de primera y última instancia.
Tristemente, el valiente y decidido ejercicio de este tipo de periodismo ha producido mártires que pagaron con sus vidas el compromiso con la verdad la lucha contra el narcotráfico, abusos de poder y el autoritarismo de Estado, pero sus muertes han servido para fortalecer el combate contra estos flagelos y no ceder a quienes buscan conculcar la libertad y aplastar con mentiras y amenazas.
Aquí tenemos como ejemplo de esa lucha, y ese martirio, a Orlando Martínez y, en México, el país con el mayor riesgo para el ejercicio del periodismo, y con un elevado números de periodistas asesinados, tiene como emblemático estandarte a Javier Valdez Cárdenas, quien fue asesinado tras librar una firme lucha contra el narcotráfico, escribiendo libros y denunciando sus deletéreas acciones y en cuya memoria se erigió un busto en su natal comunidad mexicana.
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