El boomerang de las campañas sucias

En la recta final de las elecciones municipales 2024, se intensifica el tono de la campaña, y hemos visto como candidatos han utilizado la estrategia de ataque a su rival a través de campañas negativas, e incluso campaña sucia.

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February 13, 2024

Utilizar estas herramientas, como parte de las estrategias de comunicación política, es un arma de doble filo y requiere que estén bien sustentadas, de fondo y forma. No es lo mismo una campaña negativa, manejada en el marco de la ética y el juego político, que una campaña sucia para desprestigiar; son dos estrategias diferentes, con una línea muy delgada entre sí que tienden a ser confundidas. 

Las campañas negativas, en el escenario político y electoral, datan de la antigüedad, cuando se sacaban a relucir rumores, defectos, errores y hasta indelicadezas personales del candidato opositor. Una campaña negativa pretende degradar al adversario, plantea diferencias visibles y existentes entre los candidatos sobre temas de interés público y, normalmente, es utilizada como arma de ataque muy cercana de las elecciones, cuando existe una ventaja considerable entre un candidato y otro, o una tendencia porcentual baja por parte de quien utiliza este mecanismo.

En cambio, la campaña sucia, distorsiona la verdad, desacredita, calumnia, y ataca al contrincante atribuyéndole acciones que no son ciertas. Trata de presentar una realidad construida a través de percepciones que, en el fondo, son falsas. 

Mientras la campaña negativa utiliza la verdad y siembra dudas, la campaña sucia miente. Una campaña negativa bien instrumentada puede generar ventajas competitivas al candidato y movilizar los votos favorablemente. Sin embargo, aquella cuya base está sustentada en pruebas presentadas como fiables, cuando realmente no lo son en su totalidad, siendo este error puesto en evidencia en el clímax del ataque por los seguidores del afectado, tiende a revertirse contra quien utilizó este artilugio como táctica. Los votantes tienen sentido común. 

Diseñar estratégicamente una campaña comunicacional, para poner en el ojo público al enemigo, requiere valerse de pruebas documentales veraces, investigadas y validadas previamente por el equipo de campaña; de forma tal que, cuando dicho competidor se pronuncie en torno a la denuncia o acusación directa contra su contrincante, su mensaje esté bien respaldado. Manipular la información y distorsionar la verdad es cruzar fácilmente al terreno de campaña sucia, acarreando consecuencias mayores. Lo que quizás pretendió ser en un inicio una campaña negativa, si está mal concebida, se devuelve como un boomerang pasando factura en la imagen, reputación y resultados electorales.  

¿Es recomendable hacer una campaña política sucia? No soy partidaria de ello. Meterse en ese terreno podría salir embarrado. Y si, por demás, las falsedades son desmontadas, el candidato denunciante tendrá que recular o tratará de que el “bombazo” muera en el camino haciendo “mutis” sobre el tema. Con el agravante de que, en estos tiempos, las redes sociales juegan un rol importante, donde los famosos bots, es decir, los defensores y calumniadores “pagos”, cada uno, en su bando, entran en el escenario en una “guerra mediática política”, con intensidad, sin límites y sin reparos. 

¿Es efectiva una campaña negativa en la decisión final del electorado? ¿Vale más una campaña positiva con propuestas y soluciones, sin perder de vista al enemigo? Todas, como competencia abierta, en su esencia, buscan debilitar al adversario, permanecer en la memoria del elector, ponerlos a pensar, tratar de cambiar preferencias, y mover votos directos con estrategias disímiles. 

La presencia, o ausencia de una efectiva estrategia comunicacional, unida a mensajes clave contundentes y estructurados por parte del candidato en cuestión, jugarán su rol. Al final, todas las campañas convergen en un punto: la comunicación efectiva. 

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