El engorroso trabajo de corregir textos mal redactados (1 de 2)

Cuando se habla de un buen léxico, no se alude únicamente a un asunto numérico, aunque la cuestión cuantitativa también cuenta

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February 25, 2019

Aun con los avances de la tecnología y de las redes sociales, como grandes difusores de datos e informaciones para una comunicación cada vez más global, el medio más idóneo y efectivo  para el dominio conceptual y racional del conocimiento y de un amplio vocabulario sigue siendo la buena lectura, vale decir, obras bien escritas y de contenido edificante.

Cuando se habla de un buen léxico, no se alude únicamente a un asunto numérico, aunque la cuestión cuantitativa también cuenta, sino principalmente de conocer al dedillo el significado o las definiciones de cada palabra, a fin de poderlas emplear con propiedad, tanto en el lenguaje hablado como escrito.

La lectura frecuente y bien seleccionada proporciona la posibilidad de adquirir un léxico diverso que permite a su vez  facilidad de palabra o de expresión. En cambio, leer o corregir textos mal escritos, confusos o peor pensados, constituye una verdadera tortura lingüística que desorienta, trastorna la mente y hasta tiende a embrutecer.

Hay escritos tan mal concebidos, y torpemente expresados, que para entenderlos o poder someterlos a un concienzudo proceso de corrección es necesario llamar a quienes los han producido para que expliquen con claridad lo que no han logrado en sus originales y, en ocasiones, ni siquiera  con este método se puede desenmarañar lo expresado.

Este serio inconveniente, que tienen que enfrentar los correctores, es particularmente complicado cuando las dificultades no se limitan a asuntos estrictamente estilísticos sino de fondo, o sea del contenido, lo que se ha querido plantear pero que no se ha logrado con la precisión y la claridad indispensable para que los receptores puedan recibir un mensaje entendible.

 

Manuel Arturo Machado

 

En medio de la premura con que se trabaja en los medios de comunicación, especialmente en los televisivos y digitales, la corrección de los textos periodísticos representa en muchos casos un insuperable y desquiciante dolor de cabeza porque se hace contra el reloj, tratando de mejorar trabajos no siempre redactados con el debido sentido.

Por esta incómoda y trastornadora faena comprendo ahora con mayor precisión y justeza los berrinches y quejas de los correctores de estilo en los periódicos, una especie en vías ya de casi total extinción, cuando originales que se presentaban escritos a maquinilla mecánica (ahora por vía digital), quedaban llenos de correcciones manuscritas, cuartilla por cuartilla, luego de una rigurosa revisión.

Recuerdo a Manuel Arturo Machado, un emblemático y pintoresco personaje de la corrección de estilo, cuando con cierta frecuencia se ponía las manos en la cabeza en señal de impotencia y desconcierto mientras se armaba de paciencia para adentrarse en la corrección de una información elaborada de forma laberíntica y que trataría de reescribir para que fuera comprensible, siempre con su acostumbrada exigencia y rigor profesional.

La corrección en las redacciones noticiosas es difícil y con frecuencia sumamente engorrosa porque, además de cuidar un uso correcto del idioma en cuanto a la ortografía y otros aspectos gramaticales, hay que observar otros muchos aspectos técnicos que debe reunir la prosa periodística.

En primer término, estos elementos se refieren básicamente al enfoque o presentación, si la información tiene un lead o entrada que destaque adecuadamente el aspecto noticioso más relevante de la información.

Si este primer elemento ha sido debidamente satisfecho, entonces hay que establecer si la narración ha sido bien llevada. En otras palabras, si se ha logrado un hilo conductor en el cuerpo de la información para que siguiera una secuencia bien hilvanada.

 

En la medida que el redactor haya tomado en cuenta todos estos aspectos y satisfecho estos requerimientos profesionales, el trabajo del corrector se hace más fácil y rápido. La presión propia de la faena periodística no puede ser una excusa o justificación para entregar un trabajo elaborado de forma descuidada. 

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