En diferentes etapas de la vida en sociedad, y cada vez con mayor frecuencia e intensidad, los periodistas, los medios y la prensa en general se ven sometidos al escrutinio público, lo cual resulta provechoso si ese ejercicio es inteligentemente asumido para que las loa, a veces desorbitada o bien estudiada, lo mismo que la crítica malsana, pueda desviar el oficio de sus altos objetivos éticos y deontológicos.
Cada 5 de abril, en ocasión del Día del Periodista, son muchas las instituciones públicas y privadas que envían regalos o emiten notas de felicitación en el país, pero algunas no pasan de ser cumplidos estratégicos, ya que provienen de personas y entidades que, en la práctica, resienten la labor de una prensa crítica, veraz e independiente.
En realidad, hay quienes, desde su esfera de acción e intereses grupales, sectoriales o partidarios, prefieren medios de comunicación complacientes u obsequiosos, que no los toque con enfoques negativos, y por eso hablan de forma fementida de la defensa del libre juego de las ideas en una sociedad abierta y democrática.
Algunas críticas tienen un claro objetivo de descalificación para tratar de apartar a los periodistas de su alta misión de informar con amplitud de miras, y sin favor ni temor, sobre todo, los temas que sean de interés general, pero hay observaciones que merecen ser sopesadas, pues pueden ayudar a fortalecer la función y credibilidad de la prensa.
Esto ha sido objeto de un viejo y largo debate que tuvo capítulos muy ilustrativos en el Londres victoriano, con puntualizaciones hechas por el gran ensayista y dramaturgo Oscar Wilde, en su libro “El Alma del hombre bajo el Socialismo”, con cuestionamientos muy ácidos a la opinión pública y, particularmente, a los periódicos de la época.
Dejando de lado diferencias de tiempo y espacio, es particularmente interesante observar que ese libro tiene implicaciones contemporáneas, porque la forma en que están hechos sus planteamientos le confieren una vigencia como si estuviera escrito bajo las circunstancias sociales actuales, según señala el portal “El Come Libros”.
En 1891, Wilde escribió: “El hecho es que el público tiene una curiosidad insaciable por conocer todo, excepto aquello que vale la pena conocer. El Periodismo, consciente de esto y con sus hábitos comerciales, satisface sus demandas. En siglos anteriores al nuestro, el público clavaba a los periodistas por las orejas en la picota. Eso era terrible. En este siglo, los periodistas han clavado sus propias orejas en los agujeros de la cerradura”.
A continuación, agregaba: “Eso es aún peor. Y lo que agrava esta desgracia, es que los periodistas más culpables no son los periodistas divertidos que escriben para los llamados periódicos de sociedad”.
Con especial agudeza y libertad intelectual, Wilde decía que “el daño lo hacen los periodistas serios, reflexivos, sinceros, quienes solemnemente, como lo están haciendo actualmente, mostrarán ante los ojos del público algún incidente de la vida privada de un gran estadista, de algún líder del pensamiento político, ya que se trata de un creador de fuerza política, e invitan al público a discutir el incidente, a ejercer su autoridad sobre el asunto, dar su punto de vista, y no solamente dar su punto de vista, sino también llevarlo a la acción, imponiendo sus ideas sobre otros puntos al hombre, a su partido, al país”.
Wilde señalaba que en su época había periodistas de educación y cultivados, a quienes realmente disgustaba publicar estas cosas, que sabían que está incorrecto hacerlo, pero que solamente lo hacían porque las condiciones malsanas en que ejercían su profesión les obligaban “a dar al público lo que el público demanda, y competir con otros periodistas significa proporcionar este material en la forma más completa y satisfactoria posible, para satisfacer el burdo apetito popular”.
Es el tema de la honra personal y del debate, aún no resuelto, de hasta dónde es válido que la prensa lo aborde, mientras personajes de la vida pública, tratan de encubrir sus faltas o el bochorno de sus indelicadezas.
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