La corrección de estilo realizada con rigor tanto lingüístico como editorial es una labor ardua y resulta frustratoria cuando, a pesar de observaciones pertinentes y oportunas, los errores o faltas de claridad vuelven a repetirse con los mismos autores de los textos, lo que permite advertir que no les han servido para hacer rectificaciones y […]
La corrección de estilo realizada con rigor tanto lingüístico como editorial es una labor ardua y resulta frustratoria cuando, a pesar de observaciones pertinentes y oportunas, los errores o faltas de claridad vuelven a repetirse con los mismos autores de los textos, lo que permite advertir que no les han servido para hacer rectificaciones y en definitiva producir avances notables en sus capacidades.
En cambio, los buenos correctores de estilo que cada día son más escasos, experimentaban grandes satisfacciones cuando comprobaban que sus observaciones habían contribuido a la superación profesional de periodistas, articulistas y en general de las personas que envían trabajos de colaboración a los periódicos.
Aquellos periodistas que por falta de visión incurrían en la desafortunada actitud de recibir las correcciones con molestia, como si hubieran sido formuladas con el único propósito de desalentar a los autores, no se daban cuenta que de esta forma se privaban de la posibilidad de crecer profesionalmente.
A diferencia de estas equivocadas actitudes, también se registraban casos de periodistas que sí aprovechaban cada observación, lo que les facilitó depurar su prosa y experimentar grandes progresos que les abrieron posteriormente puertas y posibilidades, incluso para incursionar como escritores en el complejo y apasionante mundo literario.
Aun con las agudas y certeras correcciones que se hacían en la época que el periódico El Caribe tenía una mesa de corrección de estilo integrada por profesionales de la talla de Manuel Arturo Machado y Miguel Guerrero, la exigencia y rigor que aplicaba en los textos periodísticos su entonces director-propietario, el doctor Germán Emilio Ornes, eran de tal naturaleza que algunos trabajos eran devueltos con observaciones.
“Mal lead, peor título” era el clásico y más cuestionador mensaje de puño y letra, además de un amplio trazo de equis sobre el encabezado del trabajo, que Ornes utilizaba para señalar los trabajos objetados que retornaban de manos de un mensajero interno a la mesa de corrección para entonces ser reformulados.
En no pocas ocasiones escuché al titulador Emilio McKinney quejarse por esas devoluciones sobre la base de que Ornes casi nunca especificaba la causa de su desaprobación ni hacía sugerencia sobre forma en que debía hacerse la titulación en una segunda ronda en la mesa de forma de herradura en que laboraban los correctores de estilo.
En cada caso el proceso concluía con un nuevo título, luego de que el lead o entrada de la información fuera replanteada y generalmente el trabajo era aprobado por Ornes, aunque excepcionalmente se daban situaciones de una nueva objeción que tendía a desconcertar a los correctores.
Los redactores tienen el deber profesional de ser cuidadosos cuando escriben, teniendo en cuenta además de la corrección ortográfica y gramatical en general, la certeza y verificación de los datos citados y situar en su justo contexto todo lo expuesto para que el receptor final reciba una información precisa y orientadora.
La corrección podría ser más ágil y menos traumática si se siguiera esta sabia pauta que tiene el manual de corrección de estilo del periódico El País: “Todo redactor tiene la obligación de releer y corregir sus propios originales cuando los escribe en la Redacción o los transmite por Internet. La primera responsabilidad de las erratas y equivocaciones es de quien las introduce en el texto, y sólo en segundo lugar, del editor encargado de revisarlo”.
Forma de pago: transferencia o depósito en el banco BHD León a la cuenta 27190380011