Vivimos en la cultura del envase en la que la apariencia es lo que importa. La ropa, las prendas, tener un buen carro, exhibir una buena vida… Parece que son esos los atributos o cualidades que importan.
Siempre he creído que andar lo mejor representado posible es bueno y que rodearme de personas que sumen es timportante. No obstante, dichas creencias no las llevo al extremo para a priori juzgar a las personas por la forma que visten y mucho menos que para utilizar a los demás para mi beneficio.
Lamentablemente, no todos pensamos igual, y es que cada día veo más como las personas son valoradas por como visten, por los lugares a los que asisten pero, peor aún, como se usan solo cuando se necesitan.
Sí, es que vivimos en la cultura del envase en la que la apariencia es lo que importa. La ropa, las prendas, tener un buen carro, exhibir una buena vida… Parece que son esos los atributos o cualidades que importan.
Qué pena que nos convirtamos en una sociedad obsesionada con la apariencia, con la imagen, con lucir bien, con ser bien parecido. Para nosotros hoy, por lo general, es más importante parecer bueno que efectivamente serlo; parecer sano que estar sano; decir cosas correctas y apropiadas que hacerlas y practicarlas; estar conectado con personas íntegras que ser personas íntegras; ser considerado como quien tiene carácter que efectivamente tener gran carácter.
Tal como dijo el periodista uruguayo Eduardo Galeano: “Estamos en la plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor; el funeral más que el muerto; la ropa más que el cuerpo; el físico más que el intelecto y la misa más que Dios. La cultura del envase desprecia los contenidos”.
Por otro lado, también está esa parte afectiva que parece ya no importa. Hoy día cada vez es más frecuente que las personas se acerquen a los demás solo con el interés de sacar algún beneficio particular.
Se pierde la costumbre de hacer una llamada solo con la intención de saber cómo está una persona, de apoyarla porque nos necesita.
La experiencia nos dice que todos los humanos necesitamos a los otros y que en multitud de momentos tenemos que pedir ayuda; es natural, somos muy limitados.
Con frecuencia nuestras fuerzas son escasas, pasamos por momentos en los que el hombro del de al lado nos resulta imprescindible para continuar. Por otra parte, pedir ayuda es una forma de permitir a los demás que sean generosos. Sirve para que unos puedan ejercer su actitud de apoyo, de desprendimiento, y que otros reconozcan sus debilidades. Así se establecen lazos de solidaridad, algo fundamental para el grupo y, también, para la salud emocional del individuo.
Es muy positivo caer en la cuenta de que no somos tan fuertes y poderosos como nos gustaría; es conveniente una cura de humildad de vez en cuando. La fórmula «hoy por ti, mañana por mí» es inteligente, constituye un buen seguro.
El individuo generoso y el individuo humilde, el que da apoyo y el que pide ayuda, intercambiando sus papeles, contribuyen a hacer un grupo más fuerte y a que se extienda el calor de la solidaridad, que no sea solo por interés propio.
¡Basta ya de acercarnos a los demás solo para usarlos cuando necesitamos algo!… Acabemos con la cultura del envase y el uso.
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