A menudo, nos percibimos como personas respetuosas e inclusivas, convencidas de que no imponemos barreras basadas en la raza, el estatus social o el género. No obstante, la realidad es que muchas veces somos prisioneros de nuestros propios sesgos, juzgando a los demás a partir de estereotipos, ya sean reales o ficticios, conscientes o inconscientes. Estos prejuicios influyen en nuestra manera de percibir y tratar a quienes consideramos diferentes o a quienes desafían los roles preasignados por la sociedad.
Desde pequeña, escuché más de una vez que el béisbol era un “juego de varones”. Con el tiempo, mi carrera profesional que, por azares del destino, se desarrolló en industrias predominantemente masculinas, me enfrentó a estereotipos similares. En reuniones gerenciales, donde a menudo era la única mujer, cada vez que alguien sugería preparar la minuta o tomar notas, todas las miradas se dirigían hacia mí. En aquellos años, esas tareas solían considerarse exclusivamente femeninas, reservadas para el rol de secretaria o asistente.
Y es que la construcción de los estereotipos, con los que visualizamos cada situación de nuestra vida, se comienza desde los primeros años de vida. Si bien es cierto que este proceso está vigente a lo largo de toda la vida, la base con la que fundaremos nuestros esquemas se forma en la niñez, los cuales son fuertemente influenciados por las creencias familiares, y los juicios sociales que aprendemos en el contexto en el que nos desenvolvemos.
Es por esto por lo que, una de las barreras más difíciles de superar cuando hablamos de políticas de igualdad, mayor participación, crecimiento y desarrollo de las mujeres, lo constituyen los estereotipos de género.
A pesar de los avances logrados, las mujeres aún enfrentamos desafíos como la discriminación, la falta de representación, los encasillamientos y las faltas de oportunidades, pues los estereotipos generan la percepción de que los hombres tienen mayores capacidades, habilidades e incluso disposición que las mujeres, generalización que no refleja la realidad y que, sin duda, debe combatirse.
De igual forma, aunque hemos avanzado, esto provoca muchas veces una falta de mujeres en posiciones de liderazgo. Mujeres que sean capaces de dar buenos resultados y que pueden inspirar a los tomadores de decisión a incorporar más mujeres, y a las nuevas generaciones a ir más allá de los límites de los estereotipos.
Por ello, las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, deben tener claridad sobre las obligaciones que adquieren sobre eliminar estos “mecanismos de clasificación”, y sobre las políticas que deben implementar para eliminar todo aquello que pueda afectar el desarrollo de cualquier persona, para que sus oportunidades no estén condicionadas a cumplir comportamientos basados en las diferencias de género.
Todos aquellos que tenemos la oportunidad de hacer la diferencia dentro de nuestras organizaciones, o nuestras áreas de liderazgo, debemos asegurar oportunidades de participación equitativas, y que seamos conscientes de que, brindar las mismas condiciones a hombres y mujeres, es la mejor forma que las empresas u organizaciones tienen para asegurarse de tener a los mejores profesionales de su lado y trabajando juntos.
En conclusión, el liderazgo de la mujer hoy en día no sólo enriquece a las organizaciones y sociedades, sino que también sienta las bases para un futuro más equitativo e innovador. Reconocer, y apoyar el papel de las mujeres en posiciones de liderazgo, es esencial para construir un mundo donde todas las voces sean escuchadas y valoradas..
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