El danés Seren Kierkegaard, creador del existencialismo, sostenía que para apreciar la vida en su justa y fundamental expresión hay mirar hacia atrás, ya sea hacer lo que ahora se denomina una retrospectiva, un recuento de acciones, hechos y situaciones que discurren a lo largo de la vida y trayectoria de las personas, y que rescatados pueden aportar la fluidez ilustrativa propia de una secuencia fílmica.
En ocasiones, a propósito de la puesta en circulación de un libro, de una charla o de cualquier otro acontecimiento, la recopilación de estos datos se exponen a manera de recuento biográfico. Sin darnos cuenta, o apenas reparando ello esporádicamente, en la sociedad y a través de las generaciones que se suceden, se configura esa retrospectiva, sobre todo de las figuras que han sobresalido en importantes esferas de la vida pública y privada.
Entonces, cuando el personaje llega al final de su existencia, aflora un sentimiento no sólo de cumplido y pesar, sino que a través de esas expresiones se pone de manifiesto la valoración y balance sobre la contribución que tuvo en cuanto a valores, principios que son fundamentales para la sociedad y la visión de país.
Por eso, es significativo que en las crónicas periodísticas sobre el fallecimiento de Pedro Gil Iturbides, y en las distintas expresiones por otros medios de comunicación, se resalta de forma coincidente la descripción de su trayectoria de persona que siempre se distinguió por haber desempeñado con honradez, responsabilidad y criterio probadamente independiente, en las distintas funciones que ocupó, tanto en la esfera pública como privado.
Su hoja de vida y desempeño como periodista, comentarista, columnista de periódicos, así como educador y académico, fue amplia, dilatada y fructífera, pero más que la cantidad de posiciones ocupadas, el gran mérito, el que trasciende y que le da dimensión a su hoja de vida, fue la forma serena y ponderada en que siempre actuó.
Dentro de esa particular y laudable forma de actuar, se destaca su paso por la política y la forma en que sobrevivió a ella, sin mácula alguna, a pesar de ser un terreno caracterizado por difíciles y particulares condiciones, y del cual se retiró para volver a dar importantes aportes como educador.
Pedro Gil Iturbides se distinguió, también, por una condición que no siempre es común o frecuente, en quienes como él, han tenido amplio acceso a informar y opinar a través de medios de comunicación. Su prosa, clara, precisa y directa, reflejó siempre su pensamiento de forma firme y bien argumentado, manteniendo el nivel y evitando la descalificación personal, incluso ante el insulto y la diatriba.
En algunas etapas de su accionar en la vida pública, hubo quienes pretendieron, sin lograrlo, dirigirle algunos reproches por su actuación como escritor y académico de pensamiento conservador y su respuesta no fue con palabras, sino a través de distintas actividades en que demostró su vocación de servicio al país, sus instituciones, y en favor de la paz social, la democracia y la convivencia armónica en sociedad.
Sus hermanos y sus amigos le llamaron siempre Pedrito, un diminutivo desde el punto de vista fonético, pero que en su caso, era la expresión elocuente, sincera, vibrante y, sobre todo, cercana del cariño, el respeto y la admiración de quienes recibieron siempre de él el mayor de los tributos personales: un aprecio auténtico y solidario, presto en todo momento a dar un consejo u orientación con el mejor de los propósitos.
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